Algo similar a un Sueño.

Monendei, Wedmain 6, año 7469 C. de la Comarca.


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¿Eran niñas jugando a ser hadas, o hadas jugando a ser niñas? En la oscuridad de la reciente noche, entre árboles secos y faroles crepusculares, ellas corrían alegres, con el frío dando aliento a sus albas vestiduras y la tierra húmeda amoldándose a sus inquietos pies.
Todos los portales estaban abiertos, y por ellos entraban multitudes de seres curiosos, extraños, expectantes. ¿Quién juega con el césped, el barro y las estrellas? ¿Quién juega? ¿Ellas o nosotros? Sus etéreas manos nos buscan, nos guían, nos comprometen. Se ríen. Sí, nos reímos porque los encontramos rondándonos. Ahora son parte de nuestra pequeña historia, nuestro cuento de fantasía. Atraviesan de a uno el puente entre lo conocido y lo desconocido, y nos miramos entre nosotras con picardía. Con un suspiro, destruimos momentáneamente el puente, y dejamos que el río se desborde. Nos lanzamos al agua, y dejamos que el sol nos seque los cuerpos mojados y felices; nos convertimos en rayos de luz, activamos nuestras almas, somos conciencia de energía y vida, somos una constelación de estrellas pálidas, reflejos de otros movimientos, unión y acción, sentimientos.



Se convirtieron en un enjambre, ¿y quién podía distinguir los límites entre una y otra?
Rojo, verde, amarillo, rojo, morado, azul, rojo, negro, rojo, verde, rojo y ¡ZÁS! Susto de muerte. La distancia produce mareos, miedos, inseguridad. Hay que explorar el espacio en busca de una respuesta. Creí verme reflejada en el aire, pero no era más que otra niña–hada, deseosa de la verdad. Acordamos seguir buscando ese algo que nos faltaba y por un instante, creímos haberlo encontrado. Giramos, giramos, giramos vertiginosamente, y entonces, un aullido sacudió el aire. Sus cuerpos se detuvieron en seco, y una mano lastimera se elevó hacia el cielo, dejando en libertad el misterio de sus vidas. Sin aquello, sus cuerpos vacíos cayeron al suelo, y rodaron cuesta abajo, hasta convertirse en una pradera manchada de blanco, flores o nieve, invierno en un rincón de la tierra. Perdieron el gusto por la unión, y se separaron, como si fuesen olas abandonando la arena áspera.

Estacas clavadas en el suelo, la luna las ilumina y las va moviendo a destiempo con sus hilos nostálgicos. Se ofrecen sin cuestionamientos a la muerte, y en su danza ritual se despiden de la noche, de los árboles, del río y del motivo que las trajo hasta allí. Casi en el fin, toman su última bocanada de aire, y se lanzan al vacío. La luna las hace desaparecer bajo su velo de neblina, y el asombro apaga los susurros para siempre.

Nos llevaron y nos volvieron a traer, con frío y con pena. Ya no jugamos porque no hay ganas, porque nos dijeron que no, porque había que volver y no sabíamos para qué. Ni siquiera lloramos, ni siquiera lloré porque el corazón me pesaba tanto en la maleta desvencijada, porque las palabras desprendían tanta humedad, tantas cenizas de un fuego antiguo.
Una calle, dos calles, tres calles… una ciudad entera recorrida junto a alguien que ahora me mira en mis lamentos, desde el otro lado de una habitación, de un océano, de una verja. Desde el otro lado del sol, ese que muere en tus ojos, al otro lado de los míos, en ese metro cuadrado, en ese centímetro imposible de extender, de dejar y de describir.

No volvieron, pero retrocedieron en el tiempo, en sus recuerdos, y lloraron con amargura por sus labios ansiosos, por sus ojos otoñales, por sus cuerpos inmóviles, desesperados. Quisieron esperar, esperar un abrazo, una mirada cálida, un sí de esperanza. Pero, ¿para qué esperar? Le pedían auxilio a las paredes, y éstas no sabían transmitir sus ecos hacia el exterior. Estaban quietas, pero parecían arrastrarse con humillación.
El desastre nos carcomía por dentro, nos era imposible seguir. Y otra vez morimos, otra vez nos asesinaron, otra vez caímos, aunque de diferente manera. Esta vez, nos aferrábamos a la vida, con el ánimo de seguir sufriendo. Nadie nos dejó.

Noche, noche, noche, noche, noche, noche, noche.
Noche hasta que amanezca.
Sí, parece que amanece. Un rayo alegre corta el aire tenso, y descompone a los que se consideran meros espectadores de aquel absurdo sueño. ¿Quién sabe que es la realidad? ¿Quién tiene ganas de intervenir?
Confusión. Música. Asombro. Risas.
¡Zuuuuuuuuuuumm! Un quiebre, una lluvia y un arcoiris. Pasó volando, pasó gritando, pasó con fuerza e inocencia. Atravesó el firmamento con tal rapidez que pareció como si no lo hubiese hecho. Pero lo hizo,
más bien, lo hicimos. Reviví sin vergüenza, sin ilusiones ni deseos. De neutra pasé a mi polo más opuesto, y exploté, sintiéndome más viva que nunca. El caos se apoderó de mí en el clímax, y el tiempo corrió velozmente, alimentándome de flashes e instancias rápidas, diferentes, emocionantes. Creamos una dimensión desbordante de imaginación, y no fuimos capaces de destruirla.
¿Y qué pasó con las niñas jugando a ser, a ser…? ¿Dónde quedó eso, dónde quedó lo otro? Parece un juego eterno,
y lo es. Aunque también a veces no lo es. Es y no es. Ser y no ser. Los encontramos rondando y decidimos meterlos en nuestros corazones, para gastarles bromas y hablarles con sinceridad. Para jugar y tomarnos las cosas en serio. A veces es lo mismo…
Entraron por una esquina y salieron por la otra, desnudas, transparentes, siendo y no siendo. ¿Quién sabe? Ellas pueden elegir entre un millón de posibilidades. Es una cosa de vida, muerte y renacimiento.

Aquel Instante Mágico.

Meresdei, Postlithe 25, año 7469, C. de la Comarca.


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Las luces comienzan a suavizarse en aquel rinconcito ameno de la ciudad, pero aún recuerdo el breve momento en el que el Cielo se abrió sobre mi cabeza, claro y transparente, como si nunca hubiese querido jugar a las escondidas con la Tierra. Las Nubes, hasta ese minuto grisáceas, se reunieron todas en una de las esquinas del firmamento y esperaron a que el Sol las alcanzara, para luego fulminarlas en un largo segundo, con sus rayos de agonía caleidoscópica y su inquietud invernal.

Fue aquel instante súbito y maravilloso en el que todo ante mí se convirtió en algo parecido a un ensueño; un bosque perdido en medio de un gigantesco páramo de concreto y smog, un regalo para alguien que acertó a estar en el momento y lugar adecuados.

Todo parece transformarse bajo una luz distinta, y esta vez, la luz tardía de un improvisado crepúsculo le dio unas últimas pinceladas a mi día. Un poco de anaranjado, un poco de violeta, un toque de rosa fresco. En combinación con los celestes, verdes y cafés, ese pintoresco cuadro adquirió de inmediato el inconfundible sello de lo onírico.

¡Quién sabe cuantos portales hacia otras dimensiones se abrieron junto con el cielo, y yo no salí en su búsqueda! Podría haber corrido a investigar tras cada árbol o bajo cada piedrecilla, pero no me moví de mi banco favorito, cautivada por la Naturaleza. Frente a mí, el agua de la fuente caía chorrito tras chorrito, marcando el ritmo de una música que parece ser siempre la misma, pero no lo es para las hadas y las energías cósmicas semi-dormidas en las almas humanas.

Ya no queda más que un profundo añil sobre las ajetreadas mentes citadinas, y un piano suena a lo lejos, trayéndome de vuelta al lugar donde me hallo sentada, escribiendo magia tras las sencillas palabras. Porque un pequeño relato siempre al ser leído actúa como un conjuro: invoca a nuestros corazones una imagen, un recuerdo de algún extraño y sencillo instante mágico.


Hermandad con Onda.


Highdei, Postlithe 19, año 7469, Cómputo de la Comarca.
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Mi hermano y yo somos muy unidos. La razón más obvia y latente es el lazo sanguíneo y afectivo. Otra razón no menor es la música y gracias a ella, podemos vivir día a día la vida con más alegría y optimismo. Mi hermano es menor que yo por dos años, pero con su apariencia indiscutiblemente metalera cualquiera pensaría lo contrario. Es que su melena oscura y aleonada, su porte maceteado e imponente, su chaqueta de mezclilla llena de parches de sus grupos favoritos y sus tan típicos y deslustrados bototos le confieren un aire de rudeza y sabiduría heavy, que bien puede hacer huir al más cobarde o simpatizar de inmediato con todo su entorno.
Sus amigos más cercanos (incluyéndome) le llaman “El Tío”, un apodo que más bien es una muestra del mucho respeto que todos le tienen. Cuando alguien quiere obtener alguna discografía de cierto grupo metal, se dirige inmediatamente al Tío. Cuando hay que solucionar algún problema dentro del círculo de amigos, el Tío es casi como una autoridad y su opinión es muy bien valorada. Cuando se necesitan los ánimos altos, allí está el Tío para lanzar alguna talla y bromear con el resto. Y yo me siento muy feliz, porque en todo momento de mi vida, el Tío, mi hermano, está presente; y soy la única persona que no cae bajo los engaños que tiende de repente su propia apariencia.

Siempre hay un día en la semana en el que él me prepara hamburguesas, por el simple placer de compartir un rato conmigo en aquella cocina que se convirtió en uno de nuestros lugares favoritos. Mientras mi hermano prepara la sartén, yo prendo la radio. En ese instante, suena una canción de los Yardbirds. Para nosotros la música es algo totalmente indispensable, como el aire que respiramos.

– Enana, ¿esa es la Futuro? – me pregunta él, pendiente de las hamburguesas.

– ¡Sí, po! Como siempre – le respondo con una sonrisa.

Es que ya se transformó en una costumbre familiar escuchar esa radio. Casi todos los fines de semana, nuestro viejo la pone a todo volumen, y adoptamos de él esa acción. No es que nos guste escuchar radio siempre, pero si se trata de eso, la única que escuchamos es la Futuro. Porque a mi papá le trae una multitud de recuerdos de años pasados, y a mi hermano y a mí nos da la sensación de que esos mismos recuerdos nos pertenecen también. A través de aquella música llegan hasta nosotros instancias, memorias, ideales, pensamientos que por decirlo de alguna manera, ya son historia. Fueron, son y serán los sonidos que nos hicieron, hacen y harán sentir más completos como seres humanos.

–”La gran mayoría de las mujeres con pareja estable, dicen haber sido infieles en más de alguna ocasión. Nosotros tenemos una teoría: a los hombres les está faltando rock”.

– ¿A quién le está faltando rock? – a causa de una breve interferencia en el canal entre la radio y yo, no había alcanzado a escuchar esto último.

– A los hombres – me respondió mi hermano, con una sonrisa forzada. Yo me eché a reír, y él agregó –: en lo que a mí respecta, lo que menos me falta es rock.

Yo asentí entre risas. En nuestra casa, o manicomio, como prefiero llamarlo, lo que menos falta es rock, y sobretodo, buena onda.

Comienza a sonar una canción de los Creedence, y yo me pongo a bailar de forma desenfrenada. Es algo común en mí, volverme loca y mover los brazos y piernas hacia cualquier lado. Mi hermano y yo parecemos muy diferentes incluso para aquellos que dicen conocernos bien. Se sorprenderían si sintiesen como yo lo parecidos que ambos somos, si viesen con mis ojos a mi hermano, sin parches de Pantera ni polerones de Motörhead, sin accesorios externos y/o internos. No, a él no le falta rock ni le va a faltar. Seguramente él diría lo mismo de mí, aunque cambiando el término “rock” por “locura”. Yo opino que ambas palabras tienen relación, porque estamos todos locos, ¿no? Todo está entrelazado en el universo, y el lazo entre hermanos es un símbolo de esa unión tan magnífica y poderosa.
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Lo choriflai es que el Aiol es el único beneficiado con esto jajaja. Él cacha.