Monendei, Anteyule 9, año 7471 según el Cómputo de la Comarca.
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Ella estaba sentada en el césped, con su larga falda floreada extendida como un mantel, y un libro entre sus manos. Leía con el corazón apresurado, el aliento agónico y los ojos fijos en el mismo párrafo por lo menos durante una media hora. Leía en su mente lo que estaba a punto de ocurrir, como si fuera una historia contada mil veces, o algo tan natural como la muerte, la única certeza que tenemos al pisar este mundo. Leía con el alma desbocada esas palabras, una y otra vez, como si fueran la verdad más absoluta:
“Advertí que él estaba empezando a sudar, a pesar del frío. Mi corazón se puso a enviar señales de alarma que yo no conseguía identificar. La sensación de alegría de hacía unos momentos fue sustituida por una inmensa confusión. Detuvo el coche de repente y me miró directo a los ojos.Nadie logra mentir, nadie logra ocultar nada cuando mira directo a los ojos.Y toda mujer, con un mínimo de sensibilidad, consigue leer los ojos de un hombre enamorado. Por absurda que parezca, por fuera de lugar y de tiempo que se manifieste esa pasión. Me acordé inmediatamente de las palabras de la mujer pelirroja de la fuente.
No era posible. Pero era verdad .”
Ella esperaba. Atentamente, esperaba. Con su existencia en vilo, con su orgullo desobedeciéndole a cada instante, con su falda floreada, su libro favorito y sus pulmones muriendo por tener otro aire que respirar. Sabía que su paciencia tenía unas fronteras muy lejanas, podía esperar, esperar, y esperar .. hasta que aquello sucediese. Y de ello dependía su felicidad. O su desolación. Miró por encima de su lectura, sintiendo su presencia. Su magnética presencia.. El sol brillaba por sobre su cabeza, como siempre ocurría cuando lo veía aparecer. Pero ese día, ese instante, tenía que ser así. O eso suponía ella, al mirarlo con tal adoración.
Ella mantuvo la esperanza, aún cuando él no se movía de donde estaba, y la observaba con el semblante serio y la mirada dubitativa. Ella sintió a su corazón encogerse y luego latir con dolor, al no ver respuesta alguna. Su reacción quizás era demasiado ansiosa, su cuerpo la traicionaba. Se levantó, y continuó esperando.. Él tenía algo que decirle, y aunque de ello se desprendiera una sonrisa o un llanto descontrolado, ella pensaría siempre en dejarlo volar y ser libre, porque no existía nada más bello que amar a alguien con tal desprendimiento.