Hevensdei, Crudo Invierno/Feliz Primavera 15, año 7471 según el Cómputo de la Comarca.
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Grité hasta más no poder, y luego... desperté. Las órbitas de mis ojos dejaron de girar, y se fijaron en las tuyas, quietas y flotando en el agua. Me sentí inquieto y avergonzado, al ver como un par de lágrimas se escapaban de tu interior, seguidas de un río caudaloso que amenazaba con destruir la represa. Tomé tu mano, pero la quitaste como si te quemara. Inmediatamente, la devolviste a su lugar, arrepentida, y nuestros dedos se entrelazaron. La piel me ardía y sentía unos leves golpeteos en la cabeza. ¿Por qué me hallaba tendido sobre esa cama, mientras tú llorabas terriblemente?
– ¿Estás mejor? – me preguntaste, con la voz temblorosa. Al notar que yo no hacía el más mínimo gesto, ella siguió –: No lo entiendo, ¿por qué insistes?
– ¿Insistir en qué? – pregunté a mi vez, sin comprender. Mi voz salió fría, tanto que me dio pánico.
– En borrarte del mundo... ¿Por qué tengo que ser yo la que sufra por esto? Siempre ocurre lo mismo. Te enojas, me gritas, enmudeces en tu indiferencia, y luego... desapareces. – tú te notabas cada vez más indignada, y tus dedos apretaban los míos con la fuerza de una trituradora. Yo me mantuve en silencio, aunque mi mente aullaba desesperada, sin saber qué hacer, o como arreglar lo sucedido. Sí, una vez más había caído en esa pesadilla diurna que se volvía tan recurrente con el pasar de las semanas. Tanto me afectaba una sencilla discusión, o una provocación de cualquier tipo, que me descontrolaba y mi mente quedaba en coma. Tú, desde luego, nada podías hacer. Y eso te iba destruyendo, de a poco. Me sentí miserable. Tú continuaste hablándome, mientras tu voz se retorcía con rabia.- ¿A dónde vas cuando tu mirada está ausente? ¿Me ves? Pareciera que no. Prefieres descontrolarte y no pensar, ¿cierto? Prefieres destrozarme, y no darte cuenta. Estoy tan cansada de seguir en pie, inmóvil, imposibilitada de aferrarme a ti porque tu ira es más tentadora. Todavía te domina, es cosa de mirarte...
Ella me observaba, pero sus iris habían cambiado de color y pestañeaba demasiado. Sus largos cabellos oscuros caían sobre el cuerpo desnudo, cubierto de símbolos pintados. Seguíamos allí, encerrados en el círculo sangriento, con el cadáver de mi compañero lleno de moscas. Pensé de inmediato en el Alfa, pero me sentía muy débil para invocarlo. ¿Había muerto, acaso? Sentía mi cuerpo entumido, mis manos no reaccionaban. Traté de mover los labios, pero no lo conseguí. Ella puso uno de sus dedos en mi boca, llamándome al silencio. Sonrió con timidez, y se puso de pie. Junto a ella había un cuenco con pintura azul. Lo tomó, y pintó sobre mi frente algo que nunca identifiqué, pero que me produjo tal calma que llegué a cuestionarme si no se trataba de aquello que llamaban felicidad. Luego, se acercó suavemente a mí, y me besó. Su rostro era salvajemente hermoso, pero dulce, y lleno de bondad. Ella no es mi enemiga. No, no puede serlo. Si no, me habría asesinado y yo… ¡AAAAAH! ¡MIERDA! Un dolor insoportable recorrió todo mi cuerpo, como una descarga eléctrica. Duró muy pocos segundos, pero repentinamente me sentí desnudo. Solo. Vacío... Extrañamente vacío. Ella me susurró al oído algo que no conseguí entender. Parecían palabras de amor. Se irguió y se cubrió los hombros con un manto grisáceo y muy grueso, de piel. Mi rostro se crispó ante aquella espeluznante visión. Ella volvió a hablarme, con una sonrisa tranquilizadora, pero sus ojos lucían fríos, tal como antes. Tal como siempre.
– Espérame. Cuando vuelva, tu Lobo y mi Águila se unirán por la eternidad.
Gradualmente, dejé de escucharte. Hice oídos sordos, me herías demasiado. No, no. No entendías... ¡Claro, cómo ibas a hacerlo! Tú eres una simple mediadora, mientras que yo vivo en los extremos, en la delgada línea que nos separa del infierno. Nunca podré despedazar tu cuerpo y robar tu sangre, porque no se me está permitido. Eres sagrada, pero juego con tus sentimientos. Y por eso, debo abandonarte. Porque me hieres constantemente con una pureza a la que jamás podré acceder.
Pero… ¡¿Qué estoy diciendo?! ¡No puedo abandonar a quién nunca he conocido! A quién siempre me ha engañado. ¿O he sido siempre yo? ¿Es verdad que pienso mal de ti? Agh, estoy enfermo. Y la pesadilla nunca cederá, porque no estás en ninguna parte para liberarme; sin embargo, estás en todos los sitios que yo jamás pisaré, porque seremos siempre enemigos.
Y tú...
Y ella... ella se marchó, con mi piel de Lobo a cuestas y riéndose a carcajadas de mi desgracia. Ya no existía ningún ideal para defender. Sólo estábamos nosotros y ellos, sumergidos en una guerra que no acabaría jamás.