Silbo Visitante .

Trewesdei, Crudo Invierno 3 (Feliz Primavera, allá, en el otro lado), año 7469 C. de la Comarca.

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Otra vez escuché ese silbido mágico, en la mañana tardía, con el sol en la ventana y los gatos durmiendo en mi cama deshecha. Otra vez lo sentí mecerme el alma, a pesar de salir de los labios del mismo hombre invisible, ése que se sienta a leer en voz alta un libro por las tardes y toca la dulce guitarra por las noches. Una melodía elocuente, que se mezcla esporádicamente con mis recuerdos; un rápido viajecito a la infancia, donde veo su rostro bonachón de Viejo Pascuero, su boina negra de capitano feliz y su barba moviéndose imperceptiblemente con el aire que su silbido de pajarillo gracioso va liberando. Yo quería aprender a silbar así, y él me decía “oui”. No recuerdo su voz, pero sí ese oui, y esa música que poco a poco fue haciéndose más frágil en su boca, hasta caer en lo más profundo de su garganta y fenecer, como todo en este mundo. Pero volvió dos veces, desde el más allá, para agitarme las lágrimas y contarme a través del señor invisible que la muerte no limita ni frena: multiplica la vida, la hace más notoria. Ese silbido afrancesado, sea quien sea el que me lo lleve a los oídos, siempre tendrá el sello de su presencia, porque es uno de los tantos hilos, agujas y retazos que me regaló, sin saberlo, para comenzar a costurear mi vida.





Otra vez entraron los espíritus por la ventana, y me destornillaron el corazón del cuerpo. Sentí su señal, pero no por segunda vez. Perdí la cuenta de mis llantos, mis sonrisas y sus visitas.

Ganas .

Hevensdei, Halimath 27, año 7469 C. de la Comarca.

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Mi loca madre dijo: Si alguien quiere conocerte, que lea esto. Esa eres tú. Yo digo: Este es otro “cuento” longevo, de esos que una autora (tan cachurera como yo) nunca tira al basurero de los recuerdos. Por eso lo reparto por el mundosférico estrellífero; no para que me conozcan precisamente, si no para que sientan y me sientan.
Si ya lo leyó, bueno, ¡léalo de nuevo!


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Ganas de ser. Ganas de saltar. De correr. De detenerse, y mirar el cielo. Ganas de buscar la Luna, de danzarle. Ganas de reír, y luego de llorar. Correr otra vez; no, ahora caminar. Caminar al ritmo de una melodía efímera en el aire, persistente en su mente. Ganas de estirar los brazos, de ofrendarle al cielo su vida en un paso, en un entrechocar de los dedos con la invisibilidad del viento, en un aliento que es suyo y de muchas personas que pasaron por aquella calle, aquella vereda sucia que ella no ve, porque tiene ganas de imaginar. Sí, y ganas de crear con su voz una palabra, luego una frase, luego una estrofa. Cantar con voz suave y seguir caminando como si pendiese de un hilo y diese sus pasos varios centímetros por sobre el suelo. Ganas de flotar, de no dejar huella, no de esa manera. La oscuridad se traga su pálido cuerpo, y algunos faroles guían su catártico caminar, el ritual más sencillo que un ser humano como ella puede realizar. Ganas de escuchar el silencio, ese que se produce cuando ella enmudece y las hojas de los árboles dejan de susurrar. Ganas de girar lentamente, y cada vez más rápido, para ver borroso, marearse y caer en medio de la calle desnuda y fría. Ganas de apoyar una mano en el asfalto y creer que está tocando el suave pasto. Sentir el aroma de la tierra mojada, de las flores silvestres, de las hojas amarillentas. Ganas de levantarse y correr hasta una esquina, para ver si está lloviendo. Ganas de que las gotas de agua acaricien sus cabellos, su rostro, sus brazos, sus manos... Y saltar, revolotear, agradecer. Ganas de escucharse a sí misma chapotear, de cantar con voz alegre. De encontrar una nueva melodía, un nuevo andar. Ganas de mirar el suelo, luego al frente, luego al cielo. Alcanzar una estrella, o dos. Arrancarlas del manto nocturno y meterlas en sus ojos, para que éstos brillen siempre. Ganas de detener la caminata y adquirir un nuevo disfraz con el cual entretenerse. La lluvia ya no existe, y tampoco el pasto, las flores, las hojas doradas por el otoño. Sólo ella, en la calle vacía pero llena de murmullos y de oscuridad donde la luz tenue de los faroles no alcanza a llegar. Sólo ella mirando la Luna, danzándole, e inventando que decir o hacer. Ella tiene ganas de permanecer así siempre, y no llegar jamás a su destino. Ganas de que la felicidad perdure. Ganas de no terminar, aunque sabe que así será. Entonces, ella ya tiene ganas de volver a comenzar.

Un poquito de la verdad. . .

Meresdei, Halimath 21, año 7469, Cómputo de la Comarca.

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No sé cuanto tiempo nos queda por vivir, pero me gustaría confesarte, por algún motivo extraño, que...



• No me gusta el jugo de naranja–zanahoria uruguayo.
• Esa manzana que me diste... ehm, se la regalé a la mendiga que vive en la cajita de cartón que es a veces mi mente.
• No, no hablo en chino, y no lo haré nunca. (¡Ah, nunca digas nunca!)
• Siempre le tuve miedo a nadar, pero eso no impide que pueda dar brazadas en medio de la oscuridad.
• Una sonrisa tuya vale más que mil silmarilli en el cielo nocturno.
• Quise escribirte una carta, pero se le acabó la tinta a mi lápiz pasta negro.
Cuando el sol se pone todos los días, me da por recordar. . . bah, cosas.
• Ayer perdí una apuesta conmigo misma. Pero no te diré cuál es la penitencia.
• Esta mañana vi una mariposa blanca aleteando en mi ventana. Sí, creo en la suerte.
• Pienso que. . . nunca es tarde, pero ahora mismo es demasiado temprano.



¿Y de qué sirve hacerme la valiente, si no es para reírme de mí misma?
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Nunca está de más. . . Lo que sea, házlo.



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Interestelar .

Highdei, Halimath 15, año 7469, Cómputo de la Comarca.

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Besó la almohada en un arranque de ternura intempestiva, y brincó tres veces, tratando de tocar el techo con la punta de la nariz. ¡Uno! La almohada salió disparada hacia arriba, por un agujero en el cielo raso que nunca nadie percibió. No volvió a bajar. ¡Dos! Una flor amarilla cayó de-nadie–sabe–dónde y se enredó en una de sus pestañas, para luego metérsele en el ojo sin que se diese cuenta. Nunca salió de allí. ¡Tres! La habitación tembló suavemente, mientras una música disparatada se posesionaba de su cuerpo y bloqueaba sus poros con un aroma a noche extasiada. No, no depositó sus pies sobre el piso otra vez.

Una brecha en la armadura. Un sueño. Una mirada radiante. Una escalera. Dos almohadas en lo alto del techo. No, no despertarás pensando que nada sucedió, no con esa sensación, si no con otra, otra, otra más bella. Mira, pasó un ángel. Allí va otro, mírale las alas. ¿Las imaginaste así alguna vez? No hubo respuestas, salvo un suspiro y una risita ahogada. Muchos saltos, mucho vuelo. Ábreme los labios, sugerían sus ojos. Hay tantas otras formas de comunicación. Pensaba en sumergirme en una nebulosa, tan sólo para que me encuentres. No es tan fácil, hay muchas otras como yo. ¿Segura?

El cuarto brinco y no hay vuelta atrás. ¿Qué se siente? Miles de lunas girando sobre ti, millones de meteoritos golpeándote el pecho, trillones de estrellas cayendo, de a una, al suelo, para que las recojas, si así lo deseas. Una flor flotando en mi mano, es el impulso de lanzarla el que la hace llegar sin premeditaciones hasta ti. Gracias, susurró, y desde el techo se dejó caer, a ver si se hacía añicos, o se transformaba en rompecabezas.
No, no tardaría en a(r)marte, si es lo que quieres.



* Imagine :D