Trewesdei, Crudo Invierno 3 (Feliz Primavera, allá, en el otro lado), año 7469 C. de la Comarca.
.
Otra vez escuché ese silbido mágico, en la mañana tardía, con el sol en la ventana y los gatos durmiendo en mi cama deshecha. Otra vez lo sentí mecerme el alma, a pesar de salir de los labios del mismo hombre invisible, ése que se sienta a leer en voz alta un libro por las tardes y toca la dulce guitarra por las noches. Una melodía elocuente, que se mezcla esporádicamente con mis recuerdos; un rápido viajecito a la infancia, donde veo su rostro bonachón de Viejo Pascuero, su boina negra de capitano feliz y su barba moviéndose imperceptiblemente con el aire que su silbido de pajarillo gracioso va liberando. Yo quería aprender a silbar así, y él me decía “oui”. No recuerdo su voz, pero sí ese oui, y esa música que poco a poco fue haciéndose más frágil en su boca, hasta caer en lo más profundo de su garganta y fenecer, como todo en este mundo. Pero volvió dos veces, desde el más allá, para agitarme las lágrimas y contarme a través del señor invisible que la muerte no limita ni frena: multiplica la vida, la hace más notoria. Ese silbido afrancesado, sea quien sea el que me lo lleve a los oídos, siempre tendrá el sello de su presencia, porque es uno de los tantos hilos, agujas y retazos que me regaló, sin saberlo, para comenzar a costurear mi vida.
.
Otra vez escuché ese silbido mágico, en la mañana tardía, con el sol en la ventana y los gatos durmiendo en mi cama deshecha. Otra vez lo sentí mecerme el alma, a pesar de salir de los labios del mismo hombre invisible, ése que se sienta a leer en voz alta un libro por las tardes y toca la dulce guitarra por las noches. Una melodía elocuente, que se mezcla esporádicamente con mis recuerdos; un rápido viajecito a la infancia, donde veo su rostro bonachón de Viejo Pascuero, su boina negra de capitano feliz y su barba moviéndose imperceptiblemente con el aire que su silbido de pajarillo gracioso va liberando. Yo quería aprender a silbar así, y él me decía “oui”. No recuerdo su voz, pero sí ese oui, y esa música que poco a poco fue haciéndose más frágil en su boca, hasta caer en lo más profundo de su garganta y fenecer, como todo en este mundo. Pero volvió dos veces, desde el más allá, para agitarme las lágrimas y contarme a través del señor invisible que la muerte no limita ni frena: multiplica la vida, la hace más notoria. Ese silbido afrancesado, sea quien sea el que me lo lleve a los oídos, siempre tendrá el sello de su presencia, porque es uno de los tantos hilos, agujas y retazos que me regaló, sin saberlo, para comenzar a costurear mi vida.
Otra vez entraron los espíritus por la ventana, y me destornillaron el corazón del cuerpo. Sentí su señal, pero no por segunda vez. Perdí la cuenta de mis llantos, mis sonrisas y sus visitas.