Ganas .

Hevensdei, Halimath 27, año 7469 C. de la Comarca.

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Mi loca madre dijo: Si alguien quiere conocerte, que lea esto. Esa eres tú. Yo digo: Este es otro “cuento” longevo, de esos que una autora (tan cachurera como yo) nunca tira al basurero de los recuerdos. Por eso lo reparto por el mundosférico estrellífero; no para que me conozcan precisamente, si no para que sientan y me sientan.
Si ya lo leyó, bueno, ¡léalo de nuevo!


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Ganas de ser. Ganas de saltar. De correr. De detenerse, y mirar el cielo. Ganas de buscar la Luna, de danzarle. Ganas de reír, y luego de llorar. Correr otra vez; no, ahora caminar. Caminar al ritmo de una melodía efímera en el aire, persistente en su mente. Ganas de estirar los brazos, de ofrendarle al cielo su vida en un paso, en un entrechocar de los dedos con la invisibilidad del viento, en un aliento que es suyo y de muchas personas que pasaron por aquella calle, aquella vereda sucia que ella no ve, porque tiene ganas de imaginar. Sí, y ganas de crear con su voz una palabra, luego una frase, luego una estrofa. Cantar con voz suave y seguir caminando como si pendiese de un hilo y diese sus pasos varios centímetros por sobre el suelo. Ganas de flotar, de no dejar huella, no de esa manera. La oscuridad se traga su pálido cuerpo, y algunos faroles guían su catártico caminar, el ritual más sencillo que un ser humano como ella puede realizar. Ganas de escuchar el silencio, ese que se produce cuando ella enmudece y las hojas de los árboles dejan de susurrar. Ganas de girar lentamente, y cada vez más rápido, para ver borroso, marearse y caer en medio de la calle desnuda y fría. Ganas de apoyar una mano en el asfalto y creer que está tocando el suave pasto. Sentir el aroma de la tierra mojada, de las flores silvestres, de las hojas amarillentas. Ganas de levantarse y correr hasta una esquina, para ver si está lloviendo. Ganas de que las gotas de agua acaricien sus cabellos, su rostro, sus brazos, sus manos... Y saltar, revolotear, agradecer. Ganas de escucharse a sí misma chapotear, de cantar con voz alegre. De encontrar una nueva melodía, un nuevo andar. Ganas de mirar el suelo, luego al frente, luego al cielo. Alcanzar una estrella, o dos. Arrancarlas del manto nocturno y meterlas en sus ojos, para que éstos brillen siempre. Ganas de detener la caminata y adquirir un nuevo disfraz con el cual entretenerse. La lluvia ya no existe, y tampoco el pasto, las flores, las hojas doradas por el otoño. Sólo ella, en la calle vacía pero llena de murmullos y de oscuridad donde la luz tenue de los faroles no alcanza a llegar. Sólo ella mirando la Luna, danzándole, e inventando que decir o hacer. Ella tiene ganas de permanecer así siempre, y no llegar jamás a su destino. Ganas de que la felicidad perdure. Ganas de no terminar, aunque sabe que así será. Entonces, ella ya tiene ganas de volver a comenzar.

2 comentarios:

~Dark_sigel~ dijo...

Ah? lo entiendes?

Anónimo dijo...

Liiiiiiiiiiiiiiiiindooo!
y más que lindo.

Te adorooooooooo! :3