Hevensdei, Astron 16, año 7471 según el Cómputo de la Comarca.
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Otra vez. Otra vez. Otra vez. Y otra más.
– Si sigues así, te marearás.
Robin le hizo caso omiso. Ya estaba mareada. Y no quería detenerse. Otra vez.
– ¡Robin, basta! ¿Quieres vomitar?
Una vez más, tan sólo una más... Por supuesto que no quería derramar líquidos desagradables encima de nadie. Pero, ¿por qué debía detenerse? Le sonrió desde los aires, traviesa. JA, ¿quién se atrevería?
– Si sigues así, te marearás.
Robin le hizo caso omiso. Ya estaba mareada. Y no quería detenerse. Otra vez.
– ¡Robin, basta! ¿Quieres vomitar?
Una vez más, tan sólo una más... Por supuesto que no quería derramar líquidos desagradables encima de nadie. Pero, ¿por qué debía detenerse? Le sonrió desde los aires, traviesa. JA, ¿quién se atrevería?
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Yonuncaquiseestotelojurotútansóloaparecisteahíytellenélasmanosde c e r e z a s... ah, demonios, eso me pasa por leer tanta poesía de cerezas, trenes, fogatas, casas deshabitadas, demonios, y más demonios, siento pánico. Adorotuboinarojayelcabellodespeinadopordebajodeella, y las rayas que te cubren, desaliñada. Eso me pasa por tratar de adivinar los misterios que ocultas bajo el invierno de tus pestañas, tan gélido, tan hermoso cuando se abre a las posibilidades de la primavera. Peronoqueremosprimaveraaún, ¿o sí? ¿La quieres tú y no me lo has dicho? Por favor, dime cuando dejarás que mi miedo deje de anclarse entre nosotros. Entre nosotros... entre nosotros hay un millar de alas, toma un par, sígueme. No dejes que mi miedo me secuestre y me lleve a donde, al fin y al cabo, me arrepentiré de estar. No quiero estar allí, aunque te diga mil veces que sí. (Y a ti te da rabia, mucha rabia, pero de esa rabia considerada con los demás, inhumana contigo misma). ¿Me crees? ¿Me crees aunque yo mismo te diga que no es bueno creerme mucho? ¿Tan voluble soy? No, no quiero primavera. El otoño está bien, está muy bien. Quizáspodríapedirteque abrieras tus ojos un poco más antes que el frío los cierre. Abre tus ojos, mírame desde el fondo de tu melancolía, y pídeme que te invada por sorpresa. Como aquella vez, sin querer... Recuerdo tus lágrimas, encerradas en cristal, y tu figura muriendo desolada en aquella ventana. Siento esa molestia en el corazón, otra vez, y eso me pasa por haber vivido encerrado en mi estupidez, hasta que me rompiste, tal como hiciste con tus frascos. Mira como me dejaste. Destruido. Por eso, te grito desde aquí que no me dejes volar solo. Aunque te pida lo contrario.
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Un par de brazos fuertes la agarraron por la cintura y la deslizaron de aquel columpio, con firmeza y dulzura. ¿Quién se atrevería? Él, claro está.
– Reconócelo. Estás mareada.
– Estoy mareada.
Y vaya que lo estaba. Pero no eran náuseas, era la adrenalina repentina, ese aire que respiraban, encerrado entre uno y otro, que no la dejaba pensar con claridad. Él parecía, sin embargo, tener muy claro lo que estaba sucediendo. Y sonreía para sí, se le notaba en los ojos una conclusión reciente, uno de esos atajos inesperados que a veces no conducían a ningún lugar a propósito, para acorralarla entre su cuerpo cálido y la niebla confusa.
– ¿Pasó?
– ¿El mareo? Dudo que acabe...
Sonreí yo también, suponiendo que él sabía a lo que me refería. Quise volver al columpio, sólo para que él se regocijara ante mi felicidad (amo el cielo, amo el cielo desde aquí abajo) y luego me arrebatara del viento, como si éste me produjera más vértigo que él mismo. Y claro, no me lo permitió. Ya me tenía ante la puerta de lo desconocido.
– Reconócelo. Estás mareada.
– Estoy mareada.
Y vaya que lo estaba. Pero no eran náuseas, era la adrenalina repentina, ese aire que respiraban, encerrado entre uno y otro, que no la dejaba pensar con claridad. Él parecía, sin embargo, tener muy claro lo que estaba sucediendo. Y sonreía para sí, se le notaba en los ojos una conclusión reciente, uno de esos atajos inesperados que a veces no conducían a ningún lugar a propósito, para acorralarla entre su cuerpo cálido y la niebla confusa.
– ¿Pasó?
– ¿El mareo? Dudo que acabe...
Sonreí yo también, suponiendo que él sabía a lo que me refería. Quise volver al columpio, sólo para que él se regocijara ante mi felicidad (amo el cielo, amo el cielo desde aquí abajo) y luego me arrebatara del viento, como si éste me produjera más vértigo que él mismo. Y claro, no me lo permitió. Ya me tenía ante la puerta de lo desconocido.

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