El instinto de escindir el alma .

Sunnendei, Crudo Invierno/Feliz Primavera 5, año 7471 según el Cómputo de la Comarca.


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Era noche de Luna Nueva, pero eso no impedía que los Lobos saliéramos a correr por los callejones de la antigua ciudad. Las familias aguardaban en la seguridad de sus hogares a que el amanecer se llevase los aullidos, las antorchas y el peligro. Nadie caminaba por las calles cuando nosotros acechábamos en los alrededores. Nadie estaba a salvo cuando uno de nosotros percibía el tan típico olor de una persona asustada. Porque, cuando eso sucedía, la llegada de la muerte era inminente.

Me relamí los labios al pensar en las posibles víctimas que podría encontrar, débiles y muertas de miedo bajo el manto de la oscuridad. Pero tenía que ser realista: estábamos en período de crisis. La policía iba tras nosotros las veinticuatro horas del día, y aunque eso no influía en nuestra capacidad de estrategia, sí disminuía el porcentaje de presas, que en época de caza normal ya era bastante satisfactorio. ¡Mierda! Si en una noche como ésta, con suerte podíamos encontrar algún vagabundo bueno para nada, la expresión máxima de lo despreciable que podía ser una persona; y, ¿de qué nos servía? Apenas podíamos descargar una nimia parte de nuestra furia, y el hambre seguía allí, atosigando nuestras almas, devolviéndonos a nuestros impulsos más básicos y salvajes. Aún así, nadie podía detenernos. Aunque se escondieran tras sus protectoras paredes, sus cámaras de seguridad y sus perros específicamente entrenados para matar, nosotros podíamos deshacernos de cualquier obstáculo. ¡Ja! ¿Qué era un perro en comparación con uno de nuestro grupo? ¿Qué podía hacerme un perro, a mí, que era mucho más poderoso y letal? Ya me había tocado enfrentarme a una jauría hace un par de semanas, y ya ven como estoy... ileso. Apenas un rasguño, y todos aquellos animales lucían descuartizados y colgados en los postes de luz, para deleite de los transeúntes. Una medida innecesaria, según algunos, aunque no carente de genuina diversión. Me excitaba el poder observar los rostros aterrorizados de la gente por la mañana al descubrir los cadáveres caninos ante sus puertas, porque ellos mismos serían sacrificados al anochecer, y yo estaría allí para percibir sus últimos estertores. Ah, suponiendo que efectivamente así sucediera. Gruñí al recordar lo inútil que me sentía al patrullar las avenidas y no encontrar a nadie. ¿Y si alguno de los otros tenía mejor suerte? Mi orgullo, por esta noche, quedaría muy mal parado.

Anduve unas cuadras más, lamentando aquella situación tan enojosa. Estuve tentado a saltar el portón de alguna casa, pero me abstuve. Los Lobos invadíamos el territorio ajeno sólo si el Alfa nos lo permitía. Yo no estaba dispuesto a bajar de rango sólo porque no podía controlar mis necesidades. Las prioridades estaban claras. Así que, intenté tranquilizarme, mientras pensaba en que le diríamos al Alfa cuando volviéramos a La Estepa, con la cola entre las patas. Pues nada, hay que asumir que los tiempos están malos… Ah, cuanto odiaba asumirlo.

De pronto, mi nariz pareció encenderse. Un olor lejano llegó hasta mí, un olor que hace años yo podía reconocer a la perfección. Olor a humanidad temerosa y frágil. Olor de la sangre corriendo rauda por venas desconocidas. Pegué un salto de alegría, y corrí hacia el sitio que me indicaban mis sentidos. A medida que me iba acercando, el temor de que alguien descubriera mi hallazgo me invadía, pero mi loco deseo de cazador empedernido desechó tal emoción y me hizo correr aún más rápido, hasta que me encontré en una descuidada calleja sin salida, en aquella parte de la ciudad donde los muros caían al igual que las hojas en el otoño. Me adentré en ella, y el aroma me golpeó el rostro casi con furia. Mis ojos se nublaron por un instante, y mi respiración se aceleró, impaciente. Sí, tenía hambre.

Cuando mi visión volvió a la normalidad, pude ver a una mujer sentada contra una pared. Estaba semioculta por un tacho de basura, y parecía exhausta. Eso no me importó, era una presa como cualquier otra, y estaba allí... allí... ¡allí! Contuve el aliento, y detuve mis pasos, atento a cada movimiento que mi recién descubierta presa realizara. Estudié su delgada sombra proyectándose en el suelo, el ir y venir acompasado de sus latidos, el sudor frío cayendo por un recoveco de su cuello, sus facciones disueltas por el agotamiento. Me acerqué a ella confiado (o más bien desesperado), y aunque ella no me viese a causa de sus ojos cerrados, le sonreí antes de atacar.


( continuará.. . )

2 comentarios:

katy dijo...

Buena historia, más oscura que lo que acostumbras si, eso me gusta, y bien contada como siempre, loco que sea en primera persona cuando es masculino y además hombre lobo, el tema también me encanta :P síguelo que me dejaste ansiosa! Te quiero!

:*
a u r a

Unknown dijo...

Auuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu! XD

Me encanto lo que escribiste, hace tiempo ya que no pasaba por aqui, me demore en dejarte tu trululu, pero lo hice.

La Rockola es gracias a ti, en este blog vi el podcast que usas y me gusto y es mil veces mejor que el que yo usaba. Gracias por eso Lilith, seguire leyendo lo que me perdi en el ultimo tiempo.

Te quiero Lilith

Atte.

Un tipo que alguna vez fue inútil y otra vez fue ciego...